Sevilla 1649 (II)
La cólera de Dios Todo el mundo agradecía el cese de las lluvias. Allá donde fuere, la gente se alegraba y bendecía que todo hubiese acabado. Sólo se lamentaban de las riadas y el fango que se metía por doquier. Sin embargo, el joven fray Teodoro sabía que había algo más. El diablo oculta sus intenciones de las formas más mezquinas. Y las lluvias habían dado paso a la humedad, el estancamiento de aguas y la insalubridad. Además, este año no había podido procesionar ni una sola de las cofradías previa a la Pascua de Resurrección. Un aviso. Pero no se trataba sólo de superchería religiosa. Fray Teodoro era una persona observadora y reflexiva. Sin embargo, en este caso, se trataba de una sensación. Una intuición. Algo que no le dejaba respirar, ni pensar, casi ni orar a Dios. Así que después de cumplir con sus obligaciones diarias, abandonó el convento de San Antonio Abad y paseó con dificultad por las calles de la ciudad para dejar que esa voz interior suya, le diese una orientación...