Tomar una fortaleza

¿Cómo Roma tomaba una ciudad?

Cuando las legiones de Roma llegaban a las puertas de tu ciudad, poco importaba si habías sido aliado en el pasado, te habías rebelado por un motivo legítimo o no tanto, o directamente estabas en el camino a la gloria del Imperio. El final casi siempre es el mismo: victoria romana. Los romanos eran auténticos expertos en la toma de bastiones fortificados, llevándolo al grado de excelencia. Indudablemente los mejores de la Antigüedad. Hoy describiremos las numerosas opciones para llegar al inevitable final.

Rendición con condiciones

Si veías a una o más legiones bien pertrechadas, la opción más sensata era enviar emisarios para evitar derramamientos de sangre. Pocas veces los romanos fallaron en tales menesteres, por muy inexpugnables que fuesen y el precio que costara. A veces la rudeza de la campaña, la gran cantidad de bastiones en el camino a la conquista u otros condicionantes requerían de diplomacia y se podían dar un caldo de cultivo favorable para los vencidos, evitando la muerte y el expolio (en ocasiones). En algunas ocasiones no había tanta magnanimidad y debían rendirse sin condiciones. Aún así, podía ser casi mejor que mostrar resistencia, salvo que se supiera a ciencia cierta que iba a llegar un ejército para levantar el cerco. Aún más teniendo en cuenta que cuanto más costara, mayor serían las represalias.

Sitio

La primera opción es sitiar la ciudad, evitar su abastecimiento de alimentos y agua, además de impedir que nadie entrara o saliera de la misma. Esto requería gran cantidad de medios, hombres y tiempo, pues podía durar semanas, meses o años dependiendo de los recursos disponibles en el interior del enclave. En cualquier caso, desecha que los romanos levanten el cerco. Pocas veces ha ocurrido.

Ataque sorpresa

Aunque no era la forma principal de acabar el sitio y no confiaban mucho en ello, nunca desestimaban la opción de encontrar una brecha, un hueco o un enclave secreto por el que acceder al núcleo urbano. Había pocas probabilidades de éxito, pero podía acortar la campaña y provocar menos daños humanos y materiales tanto propios como ajenos.

Traición

A cambio de una recompensa o simplemente para salvar la vida, en ocasiones alguien abría las puertas desde dentro dejando entrar a las legiones. Nunca se desperdiciaba tal ventaja salvo que el pillaje descuidara su labor principal.  Ha habido algún caso en el que la codicia de los legionarios ha truncado una conquista segura. Bueno, ha postergado. La matanza estaba asegurada.

Asalto directo

Por cuestiones logísticas o de prestigio, el asalto era costoso y peligroso, pero se aplicaba de forma regular. Y que nadie se equivoque, son los mejores. Torres de asalto, catapultas, balistas, arietes, arqueros y túneles subterráneos para demoler torres o lienzos enteros de muros (la arqueología ha encontrado muertos en esta lucha en tinieblas de minas y contraminas, una forma miserable de acabar uno sus días), estamos ante los reyes de la ingeniería. Entre el 30 y el 70% de los participantes causaban baja entre los asaltantes. Sólo un estado como Roma podía asumir tales pérdidas a largo plazo. Que nadie se equivoque en el grave precio de la victoria, por algo son los dueños del Mediterráneo. Había una regla curiosa cuando había un sitio: hasta que el ariete no tocase el muro, se podía negociar una rendición medianamente honrosa. A partir de ese primer golpe, ya no habría consideración, ni piedad. Por ello, en más de una ocasión, las fuentes mencionan que, cuando el ariete golpeaba el muro, se escuchaba un gemido de terror y pena en todo núcleo que estuviese sufriendo el cerco.

Una vez acabado, los habitantes podían ser vendidos como esclavos, humillados, asesinados o ultrajados. El coste de tomar por asalto provocaba unas represalias terribles por parte de los legionarios que habían sufrido calamidades y visto a sus compañeros caer.
Entre los sitios más famosos están Cartago, Numancia, Capsa, Alesia, Tigranocerta, Jerusalén o Masada.

Estos detalles y muchos más los podrás encontrar en «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».

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