El tiempo meteorológico y las legiones

¿Afectaba seriamente la meteorología y era obligatoria para Roma la guerra estacional?


La respuesta directa sería un sí rotundo pero con matizaciones. Como norma, es aplicable de forma satisfactoria hasta prácticamente hace doscientos años. La lluvia, la nieve, los temporales y el frío afectan seriamente en el rendimiento de los combates, tanto en animales como en personas como en equipo. Por supuesto, esto afecta tanto a un bando como a su oponente pese a que uno esté más habituado a esa climatología y luche en casa. Los pueblos antiguos, ya sean más avanzados o no tanto, preferían no hacer operaciones militares fuera del ratio de la plena primavera hasta el inicio de otoño, quizás un poco más allá. Da igual lo acostumbrados que estuviesen a los rigores de su tierra o que no sea especialmente duro. Una cosa es vivir allí y otra muy distinta es combatir con las dificultades que implica y la hostilidad del invierno.


Pero el motivo no es sólo por la incomodidad de la lucha. La logística de alimentar, mover y realizar operaciones de envergadura se torna casi épico. El desgaste físico, de material, la visibilidad, o forrajear sobre el terreno se convierten en problemas serios. Y eso partiendo de rutas terrestres, porque navegar en invierno es un absoluto suicidio y de hecho nadie lo hacía bajo ningún concepto. Tareas relativamente sencillas como vadear un río, atravesar un denso bosque o cruzar una montaña no muy alta pueden ser epopeyas en la estación del año equivocadas. Nadie correría riesgos innecesarios siendo una tregua sin pactar por ambas partes. Por ello, era mejor hibernar y esperar a que mejorasen las condiciones para reanudar los enfrentamientos. Cierto es que dependiendo de su situación geográfica, éste era más o menos prolongado en el tiempo. No es lo mismo combatir entorno al Nilo que en los densos bosques germanos, en la costa de la península griega que en las montañas de Anatolia. 


Ahora bien, ¿eso significa que nunca hay combates bien entrado el otoño o durante el invierno? Tampoco. En ocasiones se llevaban a cabo pequeñas operaciones u operaciones de rango de acción limitado. Esto significaba acciones rápidas de represalia o castigo, alguna razzia o un ataque sorpresivo. Estamos hablando siempre de combates no muy alejados de sus campamentos de invierno o sus bases permanentes y con un objetivo claro y conciso. No se improvisaba una ofensiva o se buscaban más objetivos. ¿A qué se debían estas acciones? Puede que fuera por alguna información de sus espías (lo que coloquialmente se dice «chivatazo»), la búsqueda de un golpe moral antes de encerrarse por meses, un expolio ante una presa fácil, robarles el alimento al enemigo para causar hambrunas o realizar una demostración de poder. Los romanos nunca perdían una buena ocasión para sacar provecho o ventaja. Además, normalmente son operaciones que no requerían grandes movimientos de tropas. La inmensa mayoría no implicaban a unos pocos centenares como máximo. Ha habido algunos casos de mover algún millar de soldados, pero son aún más escasos. Estos golpes de mano, además, rarísima vez buscaban tomar una posición y mantenerla. Cumplido su objetivo, volvían sobre sus pasos. Nunca hay que perder de vista que la logística condiciona en todo período histórico la progresión de los avances militares. Si bien Roma es madre y maestra en este aspecto, la prudencia es la mejor consejera cuando tienes en contra el tiempo meteorológico, el territorio y una nueva posición, normalmente débil, a defender. Mejor destruir dicho asentamiento hasta los cimientos y volver a la base.


¿Esto es exclusivo de Roma? Ni mucho menos. Dichas tácticas también fueron empleadas por enemigos de Roma. Aníbal es uno de los más célebres. Sin embargo, debido al riesgo que implica, con la más que probable derrota ante un enemigo bien guarnecido en un campamento fortificado y con recursos acumulados, solía acabar en fracaso. Por cuestiones de organización, los enemigos cuanto menos desarrollados eran, más probable era que llegara a buen término, a menos que fuese una razzia a un par de jornadas de sus hogares o un ataque rápido a un bastión mal defendido en la línea de suministros. Desde el punto de vista documental, sabemos que las legiones hizo y recibió esta tipología de ataques. La resolución final es que un Estado tan organizado como el Imperio Romano sabía encajar estas pequeñas derrotas tácticas y recomponerse, al igual que devolver el golpe con más contundencia como norma general. Había que saber muy bien como hacerle la guerra a los romanos y no muchos lo supieron hacer.


Si quieres saber estos detalles y mucho más, hazte con tu ejemplar de «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


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