Salud y sexo en la antigua Roma

Anticonceptivos, aborto y enfermedades de transmisión sexual en la antigua Roma


En un artículo anterior hablaba sobre Roma y el sexo, pero en este caso nos centraremos en aspectos específicos derivados de las prácticas sexuales y sus consecuencias a largo plazo. Espero que les guste y les resulte educativo.


Los motivos que podían llevar a querer abortar podían ser de lo más variados: desde ocultar una infidelidad, limitar la prole, no querer tener un hijo esclavo, etc. Legítimo o no hacerlo, normalmente toda practica abortiva estaba mal considerada por la sociedad, a diferencia de la anticonceptiva., que era aceptada aunque sus resultados fuesen discutibles.


El primer medio para evitar embarazos se basaba en el control mensual de la menstruación. En ocasiones basados en los ciclos lunares u otros principios erróneos. La verdad es que era bastante imperfecto pues no cuenta con las posibles variables y que, paradójicamente, muchas veces funcionaban a la inversa de lo que se pretendía.

Un método muy común es el empleo de hechizos de curanderas o gentes dedicadas a tales menesteres. Los romanos eran muy supersticiosos y utilizaban dichos elementos con frecuencia. Igualmente los usaban también para filtros de Amor o lanzar mal de ojo a personas odiosas. Por otra parte, dichos sortilegios solían ir acompañados de ungüentos o supositorios vaginales de dudoso efecto anticonceptivo. Otras veces recetaban pociones de sauce, óxido de hierro y otros elementos que actuaban más con un efecto intoxicante que como método de control de la natalidad. Añadido a esto, y con mayores posibilidades de éxito era el uso de esponjas o métodos barrera con vinagre común (que sí puede ser un espermicida natural). Realmente hombres y sobretodo mujeres acudían a estos supuestos especialistas basados en su prestigio y en el ensayo-error. No creamos erróneamente que utilizaban los mismos métodos si no funcionaban. La mala fama podía acabar con el negocio de estas gentes.

Por otra parte, se sabe que la medicina romana era bastante avanzada, dependiendo del médico y su formación obviamente, pero eran capaces de llevar a cabo operaciones de cierta entidad. Como es el caso de extraer un feto de una madre. En cualquier caso era desaconsejado por la mayoría por su peligrosidad y, en cierta manera, implicaba una barrera moral y de prestigio personal que no todos estaban dispuesto a saltar. Este es el último recurso y no era habitual, además de ser riesgoso y muy caro, además de poco seguro.


En cuanto a las enfermedades de transmisión sexual, no es la prioridad ni en esta época ni en posteriores como la Edad Media. Enfermedades como el SIDA y la sífilis no existían (la primera tiene su origen en el Siglo XX y la segunda se trajo de América en el siglo XVI por los conquistadores españoles). El papiloma y la gonorrea sí que existían y se sabía de su existencia desde los antiguos egipcios. Sin embargo, no se tomaron los medios apropiados para evitar tanto el contagio como un tratamiento apropiado, como tampoco se comprendió muy bien su funcionamiento. Por esto la prevención fue inexistente y la cura fuer complicada y no siempre efectiva. Otras menores como el herpes genital, la clamidia, la verruga genital o la cándida no se asociaron con el sexo. Pese a todo lo dicho, no hay muchos indicios que nos hagan pensar que fuesen enfermedades comunes o que tuviese una su difusión tan alta como para ser una preocupación de sus coetáneos, como sí serían otras a partir de los siglos XVI y XVII.


Si quieres saber estos detalles y mucho más, hazte con tu ejemplar de «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


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