Esclavos en la economía romana

¿Eran los esclavos el motor económico principal del Alto Imperio Romano?


Este es un tema largo y complejo, pero como siempre procuraré dar las claves para que se entienda lo mejor posible y dar una respuesta. Quizás lo que se exponga en este artículo choque frontalmente con el imaginario colectivo que nos han ofrecido la cine y la televisión, pero como suele ocurrir, distorsionan la realidad que suele ser bien distinta. Tampoco me quiero explayar en sus condiciones de vida o consideraciones sociales. Eso se podría hacer en otro artículo.


La mayoría de los especialistas han revocado la idea clásica de que la fuerza principal de trabajo de Roma era esclava, aunque según el sector, si podía llegar a ser significativa. No sólo las fuentes, si no toda la evidencia arqueológica, documental, testimonial y material nos hacen ser cautos con las afirmaciones de que Roma basaba su fuerza de trabajo en la esclavitud. Como todas las sociedades que componen la Edad Antigua, la esclavitud formaba parte de la cotidianidad de la vida y se aceptaba sin ningún tipo de dilema moral. Hubo momentos en la tardorrepública donde su número llegó a ser considerable, aunque nunca tanto como nos han hecho creer el mito popular. Nunca se superó ni el 30%, de hecho en el Imperio las cifras más holgadas los sitúan en el 20% del total de la población, siendo más común el 15% especificado por los autores más sobrios y, a mi entender, más cercanos a la realidad.


¿A qué se debía un número tan bajo? A varias cuestiones. La primera es las limitaciones laborales por su condición y cierto terror a que se vuelvan contra sus amos. Tenían que ganarse la confianza para tener parcelas de poder o simplemente consideración. Segundo, que las guerras de expansión en el Imperio se hicieron menos habituales y, por tanto, uno de los cauces principales de obtención de esclavos se redujo. Igualmente, se solían libertar a la muerte del amo o pagaban su libertad. Esto no quiere hablar sólo de la bondad de los amos hacia sus sirvientes, que habría casos, en la práctica dejaban de ser bocas que tenían la obligación de alimentar o querían deshacerse de sus servicios o creaban unos lazos de servidumbre en el mundo rural del que hablaremos más adelante. También la mentalidad estaba cambiando, y la mayor estabilidad del Imperio permitió un crecimiento demográfico que requirió aún menos esclavos y más sujetos libres, más emprendedores y considerados menos perezosos (en el imaginario colectivo).


Por otra parte, la mayoría de especialistas del tema también están de acuerdo con que los esclavos nunca fueron una amenaza real para los ciudadanos (o no ciudadanos) libres. Al fin y al cabo, la gente común supone entre el 70 y el 80% de la población y que eran la verdadera base social y económica del Estado: sus campesinos, sus mercaderes, sus obreros o sus soldados. Los esclavos fueron un complemento, especialmente para las clases altas y realizaban las labores menos apetecibles para la sociedad o la familia a la que pertenecían. Nunca llegaron a ser tantos para hacer peligrar la vida de los pobres habitantes libres, aunque sí hubo roces, tensiones y problemas. Otras veces, como en las dos guerras serviles de Sicilia o la rebelión de Espartaco, hubo un importantísimo núcleo de gentes pobres, descontentas y libres. No se sabe la proporción, pero al vivir y trabajar codo con codo con estas gentes, había un vínculo obvio y debemos suponer que al menos la mitad, no eran esclavos. La pobreza y los abusos los unieron. Estas rebeliones, y otras posteriores de menor entidad, ayudaron a que se buscara mejorar las condiciones de vida  y darles ciertos derechos desde el poder central. Tanto de libres como de esclavos (al menos en la teoría).


Entonces ¿No eran relevantes para la economía romana? La respuesta es que depende del sector y a quién pertenecieran. En el mundo urbano eran significantes ya que no había casa rica o nobiliaria que no tuviese un relevante número de sirvientes. También había esclavos de alquiler. En otros casos, tenían profesiones de los más variopintas. Prueba de ello es que en urbes de cierta relevancia, existían mercados exclusivos para esclavos y regentados por ellos, como un microcosmos dentro de la variedad de realidades existentes en una ciudad. Es verdad que solían tener actividades ligadas a la explotación como la prostitución o la limpieza, pero también había artesanos, tenderos e incluso agentes comerciales. Su status social, por ende, dentro de la esclavitud, podía ser variado y algunos vivían incluso con holgura. No obstante, todos deseaban ser manumitidos, aunque eso implicase otras obligaciones y menos protección (salvo rarísimas excepciones).


En el mundo rural eran menos frecuentes, siendo más comunes en los grandes latifundios de los grandes señores o como pastores en ciertas áreas. Lo que no significa que no los hubiera, sólo que estaban más concentrados en el mar del mundo rural (y donde vivía y moría el 80% de la población del Imperio). También los encontramos en la onerosa industria minera, donde sus duras condiciones los hacían morir con una asiduidad pasmosa. Sin embargo, aquí es donde más se ve la convivencia con libertos o peregrinos del Imperio (personas libres no ciudadanas). Obviamente tenían un status jurídico mejor y algunas mejoras en las condiciones laborales y de vida, pero la dureza de los trabajos no los hacían muy distintos en lo esencial. Dependía de los capataces y la administración, siendo el abuso el pan nuestro de cada día.


Hay que sumar un problema: a veces es difícil diferenciar entre un esclavo y un liberto. No me refiero a la legalidad, me refiero a su aspecto, obligaciones y deberes. En muchos casos, los esclavos rurales se libertaban y se les entregaba un lote de tierra a cambio de una renta. Esto resultó ser mucho más ventajoso para sus antiguos amos ya que no tenían que preocuparse por su alimentación y su comodidad, debían pagar un canon, se vinculaban a la tierra en cierta manera y aumentaba la producción ya que el ahora liberto precisaba de obtener mejores cosechas para su supervivencia. Algunos especialistas sugieren que el germen del feudalismo medieval está aquí. Sin embargo, esta práctica se hizo extensiva más en el Bajo Imperio ante necesidades más acuciantes. En el mundo urbano, el gorro frigio era una forma de desvincularse de la mácula de ser esclavo, aunque algunos preferían no tener ningún signo distintivo para mezclarse y que no se le recordase su pasado servil. Aquí, el liberto y el ciudadano común eran confundidos.


Quiero también hablar velozmente de las comunidades cimarronas: esclavos fugados viviendo al margen de la sociedad. Estos formaban comunidades y, si no eran apresados y devueltos a sus amos o revendidos, formaban comunidades aisladas agricultoras o, lo más común, vivían al margen de la legalidad: piratas y sobretodo, bandidos. No solían duran mucho en el tiempo ya que sus integrantes se dispersaban buscando olvidar su oscuro pasado e integrándose en algún lugar donde se les necesitara o simplemente eran destruidas.


En resumen, la mano de obra esclava, si bien poco numerosa y menos determinante para la economía global del Imperio, tuvo su rol bien demarcado siendo necesarios en determinados ámbitos, colectivos y familias, formando parte importante dentro del engranaje de la maquinaria del Estado romano. Ciertas actividades, sin su aportación, no hubiesen prosperado a costa de sus infatigable labor y, por supuesto, de sus vidas.


Si quieres saber estos detalles y mucho más, hazte con tu ejemplar de «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


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