Cómo escribir Historia (según mi persona)

¿Qué debe diferenciar un verdadero historiador de un aficionado?


Para empezar, quiero aclarar que esto es mi punto de vista personal y que no tiene que encajar con la visión de muchos sobre la forma de proceder. También quiero decir que si bien soy licenciado en Historia y he investigado bastante por mi cuenta (en ocasiones asesorado por algún profesor de la Universidad), no me puedo considerar «historiador» pues no trabajo para ningún ente público o privado que financie una investigación exhaustiva y académica. Ojalá así fuese. He investigado por interés personal y para obtener la mayor cantidad posible de información para mis novelas. Citaré las claves que, en mi humilde opinión, son las más importantes para llegar al fondo de una cuestión histórica.


Debo indicar, como preludio, que hay muchos aficionados a la Historia que pueden, y de hecho contribuyen, en la divulgación. Algunos aficionados a temas concretos como son la milicia en algún periodo o cultura, o aficionados a algún conflicto armado que se empapan tanto del tema que superan a historiadores en su labor de llevar su conocimiento a un público de lo más variopinto. Los recreacionistas o los creadores de contenido son un ejemplo. No quiero desmerecer estas figuras a las que debemos tanto. El llevar el conocimiento nunca puede ni debe ser censurado. Pero cuidado, se da con frecuencia que es un número menor ya que muchos no están tan documentados o tienen algún objetivo partidista.


Otro elemento que hay que tener en cuenta son las limitaciones del historiador como persona. Salvo grandes excepciones como el gran Menendez Pidal, pocos historiadores son enciclopedistas, y se tienen periodos, regiones y culturas más fuertes que otros. En mi caso, sin querer pecar de vanidoso, la sociedad en la época de la tardo-República romana y el Alto Imperio romano es mi principal caballo de batalla. No el único, pues en menor medida he leído e investigado por mi cuenta sobre las invasiones bárbaras al Imperio, la conquista de América o la historia de Sevilla, por poner algunos ejemplos.


El licenciado o graduado en Historia debe tener en cuenta siempre el mayor número de elementos para realizar una teoría o plantear una hipótesis. Nuestra herramienta principal son las fuentes y documentos que pueden ser primarias (otros historiadores, historiadores de la época, crónicas, edictos, etc.) o secundarias (burocracia, cartas, literatura coetánea, etc.). No son los únicos, pues la arqueología, la epigrafía, la geografía, la antropología, los estudios biométricos o el arte pueden ayudar para acercarse lo más posible a la verdad. Como los filósofos, no siempre podemos tener la certeza absoluta, máxime cuanto más atrás en el tiempo estudiemos. El cientifismo (que no el método empírico, que no es aplicable a las ciencias humanas) debe estar presente dentro del investigador, no obcecándose en una idea si hay pruebas que sustentan un cambio de paradigma. Dicha apertura mental, aunque difícil por la vanidad de algunos, es crucial para el progreso de la investigación en cualquier campo.


Un punto crucial que marca la diferencia entre un buen investigador y un mal investigador es el análisis. Dicho análisis debe estar sustentado en un buen uso de la historiografía, el sentido común y el conocimiento (tan denostado hoy en día). Eso debe ser la clave. Alguien puede saber muchísimo sobre panoplia militar espartana, por ejemplo, y centrarse en ese aspecto e incluso aportar en ese campo. Sin embargo, siendo un grano de arena a aportar, no podrá llamarse historiador si no entiende el contexto sociocultural de la época, el entorno político y no entiende por qué pasa lo que pasa antes y después. El historiador debe andar dos pasos por delante y también comprender de dónde viene todo. No es tan fácil.


Luego hay que hablar sobre la epistemología. Aquí puedo tener colegas de profesión que no estarán de acuerdo conmigo en todo. Es muy importante tener un enfoque a la hora de abordar un tema en Historia. Las líneas de pensamiento, como pasa en el periodismo serio, son necesarias para clarificar y dar visión de conjunto a los elementos que se poseen. Pero no hay que perder de vista nunca, los datos, lo que se dice y lo que no se dice. Todo debe estar sujeto a los hechos constatados, a los datos que se poseen y a las posibles certezas que se tengan. A veces, éstas brillan por su ausencia, y hay que divagar más. Ser objetivo es difícil, si no imposible, ya que una cultura, un país, un personaje histórico o un periodo te gusta más que otro. Pero debe basarse en argumentos, no en opiniones o prejuicios. Hoy en día veo como se prostituye a la Historia en beneficio de uno u otro colectivo, perdiéndose el mínimo de objetividad que se puede tener en la profesión. Quien no tiene estos criterios no es un investigador, es un propagandista. Y, ojo, que no me considero un investigador de primer nivel, ni mucho menos, pero intento tener el máximo rigor con las fuentes y elementos que dispongo. En ocasiones he tenido discrepancias muy interesantes. Un ejemplo de esto me sucedió con un abogado, que me planteó otra visión que si bien no me convenció, me pareció otra teoría válida sobre el tema en cuestión. Alejaos de aquel que se crea con la posesión absoluta de la verdad.


Dicho esto, si queréis conocer mis novelas de ambientación histórica se llaman «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum». También tengo una novela negra ambientada en Sevilla en los años 20 «Asesinato en Triana. El León de Sevilla».


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