Prestigio y virtus en Roma antigua

Prestigio y virtus en Roma


Estos conceptos un tanto abstractos resultan ser tremendamente importantes para comprender en profundidad como funcionaba la sociedad romana. Lo primero que se debe tener presente es que no se trata de una idea exclusiva de la élite, se aplicaba a todo elemento que buscase el ascenso social. Aunque fuese mínimo y es un pilar del modelo social.


El prestigio es la base del éxito en Roma y había numerosas formas de conseguirlo. Un buen comienzo siempre son unos orígenes y una familia ilustre, como siempre ha sido y sigue siendo, abriendo muchas puertas para el futuro. Sin embargo, si no se trabaja, es cuestión de tiempo que desaparezca ese buen nombre familiar. Hay muchos casos de pequeños y grandes ascensos entre familias de poco lustre o, al menos, poco conocidas. El prestigio al fin y al cabo, se basa en los logros personales y no en los de otros. Para ello, se debe ganar con todas las herramientas disponibles: ya me sea dando donativos a familias dependientes de ti (clientes), organizando y patrocinando espectáculos (obras de teatro, juegos gladiatorios, carreras de caballos, etc.), cursus honorum político progresivo y bien llevado, establecimiento de redes clientelares, fuertes lazos de amistad, actitudes militares probadas (si puede ser con victorias y combates singulares mejor), buenas intervenciones públicas (no sólo en el Senado, si no en reuniones públicas donde mostrar tu ingenio, oratoria y conocimientos), entre otras muchas formas. Se trataba al fin y al cabo, de demostrar tus mejores cualidades sobre los rivales. Y cuanto más pudieses demostrar, mejor. Evidentemente, también había subterfugios como desacreditar al adversario, soltar bulos o montar escándalos. No hemos inventado nada. El éxito dependía en buena parte de tu astucia, y no sólo en el caso de los hombres, también las mujeres podían entrar en dicho juego, aunque siempre de forma más oscura y menos evidente dado su habitual sometimiento al pater familias. Para las mujeres, la fertilidad, el ingenio, la buena administración del hogar, el arte de la conversación, ser buena anfitriona, discreción y rectitud moral eran algunas de las características que sumaban a algunas de los hombres. Nunca olvidemos que hubo mujeres fuertes e influyentes tras las cortinas (como Livia, Agripina menor, Julia, Elena o Egeria por poner pocos ejemplos).


La virtus, en cambio, no es tan sencillo como la traducción a virtud del castellano. Viene, como tantas otras cosas, del areté griego. No es sólo la virtud, es la suma de todas las buenas características que puede poseer una persona: inteligencia, compasión, mesura, ingenio, valor, respeto, sabiduría, fortaleza, justicia… Cualquier hombre de bien, en la Roma antigua, debía aspirar a ella y sacar lo mejor de sí mismos en post de la República (RES/PUBLICA: de las cosas públicas, de la sociedad). Una obligación moral que no siempre se cumplía, habiendo sutiles diferencias según el planteamiento filosófico que se siguiese (cínicos, epicúreos, hedonistas, estoicos, … ) pero que al fin y al cabo, la élite se veía a sí misma en la obligación de demostrar que eran ciertamente los mejores. Su preparación desde la niñez los llevaba a ello y tenían la firme convicción de que así era. Igualmente, aquel que no había nacido en una familia tan selecta, debía esforzarse al máximo para merecer el ascenso a los ojos del resto. Un comportamiento intachable no era sinónimo de ascenso, que siempre se puede comprar pese a las malas acciones, pero podía ayudar mucho y ser un aliciente como prestigio entorno a la figura social y política. Es curioso, porque si bien la élite romana no siempre ha sido en todas las épocas la mejor o más preparada, al menos fingían serlo. No obstante, sólo por formación, experiencia y el propio sistema político, solían eficientes. Si querían. Pero recordemos que la virtus no era patrimonio exclusivo de la élite, y se dieron casos de libertos, pobres o miembros de la clase baja que dieron auténticas lecciones de comportamiento, sabiduría y saber estar. ¡Que los dioses les den miel!


Estas curiosidades y muchas más, las encontrarás en mis libros «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


Comentarios

Entradas populares de este blog

Canon de belleza en Roma

Carreras de cuadrigas en el Imperio romano

Salud y sexo en la antigua Roma