Conjuros y maldiciones en Roma Antigua

¿Qué sabes sobre los conjuros y maldiciones en la Roma Imperial?


Como todas las culturas antiguas, había mucha superstición entre la población y recurrir a sortilegios, pociones, fórmulas mágicas y otros mecanismos para tener el favor de los dioses estaba a la orden del día. Es más, en muchos casos se alimentaba desde ciertos templos con normas establecidas por los sacerdotes o sacerdotisas. Una forma de formalizar y reglar las necesidades del pueblo. No obstante, en ocasiones muchos no recurrían a los organismos oficiales, pasaban por supuestas brujas, chamanes, hechiceros, astrólogos o magos. También se saltaban incluso este escalafón y actuaban mediante ritos adquiridos por la tradición oral. Su efecto no siempre era el deseado, pero se recurría con mucha frecuencia. Sabemos esto gracias a narraciones coetáneas de escritores, ciertos papiros y epigrafía que nos ha llegado a nuestros días e incluso algunos informes de documentación oficial de la época. Como es algo propio del ser humano, recurrir a las divinidades para obtener su favor, era igual de común en lugares tan dispares como Hispania, Egipto, Grecia, Creta o Siria.


Lo que nos ha llegado, deja claro que la principal temática para el uso de la magia es el amor. Los filtros, pociones y conjuros de amor (o desamor) son tan recurrentes como comunes en la actualidad. Se busca ese amor perdido, no correspondido o abandonado. En ocasiones con referencias sexuales y físicas explícitas (como por ejemplo que «se le seque el pene», «que vuelva a mí húmeda y desesperadamente» o «que pierda la fertilidad»). En este caso, se usa de igual forma tanto por hombres como por mujeres. Eso no significa que sea la principal preocupación de los habitantes del Imperio, si no que se recurre a la magia porque ya el Amor es algo mágico en sí. Por esto, las divinidades pueden tener el poder de cambiar la situación. Otra temática muy común es la rogativa a la hora de embarcarse en un viaje. Ya he mencionado en otro artículo los peligros implícitos que acarreaba realizar un viaje, y por ello, eran extremadamente comunes, ya fuese por trabajo, placer o necesidad. Un escalón por debajo, tenemos las maldiciones hacia un ser abyecto y que nos hizo mal. Son menos frecuentes porque se invocan a divinidades del inframundo, de las que era mejor mantenerse alejadas y porque dicha maldad podía volverse contra uno. Sin embargo, son abundantemente usadas. También se han encontrado sortilegios para proteger a la familia, mejorar el status social, que se recobre un ser querido de una enfermedad, aumentar las ganancias, etc. Nada que no haya cambiado en los tiempos.


Había muchas formas de llevarse a cabo este uso de la magia: rituales estandarizados, pócimas, filtros, amuletos, invocaciones habladas o escritas, sacrificios de animales e incluso gesticulaciones particulares (para maldecir o invocar). En cualquier caso, hay tres grandes categorías: el ruego, la prevención y la maldición. La primera se busca el bien de uno mismo o de otro semejante, considerándose legítima y usándose con frecuencia. La segunda se quiere evitar un castigo como por ejemplo un accidente en un viaje, pérdida de ganancias en un negocio o que enfermara un familiar (hay que recordar que los dioses antiguos son punitivos y que normalmente se les requiere más para evitar su castigo que por su misericordia que vendrá con el cristianismo y el islam). Por último, la tercera es un arma de doble filo, y quien la usa es consciente, pero se busca una venganza por una afrenta y que a su vez se deriva en dos tipologías: la más suave que implica una maldición verbal que no se considera completa hasta que se oficialice con un sacrificio (ya sea en un templo o lo realice uno mismo) y la más dura que se lleva a cabo en el templo y que incluso puede buscarse no sólo el castigo en vida, si no en el más allá. El uso de figuras antropomorfas para castigar al ser odiado (como hace el vudú) también era muy común. Obviamente, su efectividad es desconocida pero si se daba con tanta naturalidad, algún efecto debía surtir, aunque fuese casualidad.


Estas curiosidades y muchas más, las encontrarás en mis libros «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


Comentarios

Entradas populares de este blog

Canon de belleza en Roma

Carreras de cuadrigas en el Imperio romano

Salud y sexo en la antigua Roma