Los castigos de Roma

¿Qué sabes de los castigos de la Roma Imperial?

Para empezar, el mundo antiguo es violento y cruel, siendo patente el uso de diversas formas de castigo social: empalamiento, apedreamiento, desmembramiento, desollamiento, horca, ... No se trata de sadismo, que es probable que algún especialista o espectador lo fuera, sino de aleccionar a la población de las consecuencias de disturbar la paz social, no seguir las leyes consuetudinarias o llevar a cabo actos inmorales. El castigo social es la justicia de la antigüedad para evitar que se repita, y se aplica tanto a los vasallos de cualquier cultura, como a aquellos bajo los que se domina, aunque no siempre con la misma carga.

Roma tenía pena capital para sus ciudadanos: cortar la cabeza y el exilio son los más comunes. En época republicana estaba también arrojar desde la roca Tarpeia, por ejemplo, y otros castigos puntuales aplicados en circunstancias especiales, como el sacrificio ritual de enterrar viva a una vestal. Estar encerrado en las mazmorras no era un castigo en sí, como ya comenté en un post anterior, sino un lugar de paso antes de ser condenado o absuelto. La privación de libertad como castigo será posterior. En cuanto a las penas menores, se solían resolver con multas o algún tipo de compensación al afectado.

En cuanto a los no ciudadanos, pero bajo tutela imperial (la mayoría de la población), las penas más habituales eran la flagelación y la crucifixión. La flagelación iba desde unos pocos golpes con una vara o sarmiento hasta un verdadero calvario al usar un flagelum. Esta herramienta, creada ex profeso, es un elemento de tortura diseñada para infligir un daño inenarrable: golpear, partir, clavar y arrancar piel. Ademas, hay que tener en cuenta que se aplicaba en cualquier parte sin distinción, incluyendo piernas, cara o genitales. Horrible. Sin embargo, en ocasiones, hay testimonios de algunos que sobrevivieron a dicho castigo, gracias a una fuerte complexión y a unos verdugos perezosos o que se apiadaron.
Los romanos no crearon la crucifixión, la tomaron de los griegos y éstos, a su vez, de oriente. Alejandro Magno la llevó como acto normal de castigo a las poblaciones que se rebelaban. Como es bien sabido, es una muerte agónica, que puede durar días, en la que los reos soportan las inclemencias del tiempo, los cuervos, las posibles infamias de quién pasara frente a él, un dolor espantoso y una muerte por asfixia. La sed no siempre los acompañaba, porque en ocasiones los custodios de la agonía de los reos, daban agua y vinagre mediante una esponja. Se sabe que hubo al menos tres ocasiones de crucifixiones en masa: la rebelión de Espartaco del 73 - 71 a. C, la rebelión judía del 4 a. C y la rebelión del 66 - 73. No era algo habitual, pero se tomaba como necesario para evitar que volviera a suceder. Cierto es que aterraba tanto, que durante una generación al menos, los supervivientes quedaban marcados en su retinas el horror de estas ejecuciones y se planteaban muy mucho volver a levantarse contra el Imperio.

En cuanto al ejército romano, estas penas se aplicaban con dureza. La función era hacer que los legionarios y auxiliares temieran más la cólera de sus centuriones y adjuntos que a los enemigos. Técnicamente no los podían crucificar (aunque hubo excepciones), pero el resto de castigos se aplicaban y sin titubeos como la flagelación. Prueba de ello es la famosa decimatio (1/10 era elegido de forma aleatoria, aplicado en casos de extrema cobardía). Por ejemplo, en caso de deserción, estaba el mismo castigo que la decimatio: el oficial de turno le tocaba al infeliz prácticamente desnudo en el hombro y sus compañeros lo mataban a base de palos y patadas. Si era popular entre sus compañeros, quizás lo dejaban lisiado de por vida.

La vida en la antigüedad se puede percibir en sus castigos. Más aún, los castigos en sí no eran percibidos como exacerbados por ninguna cultura. Roma no era la más cruel, ya que todos aplicaban alguna, de una forma u otra. Lo que sí se podía plantear es la represión aplicada a un individuo o grupo según su delito. Sobretodo a grupos, donde los propios romanos se podían escandalizar por la represión llevada a cabo. Al fin y al cabo, también en la antigüedad, al hacerse todo sin máquinas, por muy cruel que fuera, tampoco tenía el alcance que hay con las guerras modernas. Los soldados se cansan y cuando el horror hay que hacerlo a mano, hasta el más sádico y cruel tiene un límite.

Estos detalles y mucho más, lo encontrarás en «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos».

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