Noveno microrrelato de «Gladius et Peplum»

Error de juicio

¡Qué largo se había hecho el camino de vuelta! ¡Qué necio había sido al juzgar tan mal a aquellos dos viajeros y a quienes les perseguían! Rezaba a los dioses para que su soberbia y avaricia no tuviera repercusiones más allá de sus dolorosas heridas y su orgullo magullado. Nigilio Prudens llevaba seis días postrado en el lecho. Le había costado casi dos horas de lento y doloroso vagar por senderos y caminos hasta que se cruzó con un vecino que lo reconoció y, con ayuda de otros, lo llevaron rápidamente a su hogar, donde empezaron las verdaderas curas. Había despertado en el tercer día y sabía que no se podría mover en al menos una semana.
A su edad, y con todo lo que había conseguido en la vida, ¿por qué tenía que demostrar de forma patológica que era el más listo? Había sido una lección en toda regla. Una que había costado la vida a algunos de sus vecinos y camaradas. Y todo por unas monedas y su ego desmedido. Nigilio Prudens, tenía golpes y magulladuras en parte del cuerpo, incluyendo un ojo a la funerala. Pero lo más grave era un tajo que había recibido en el pecho. Su única suerte había sido que quien se lo había provocado, no era muy ducho con las armas y no había sido ejecutado de la forma debida. Ni con la suficiente contundencia. Si no se infectaba, y eso parecía, tenía una posibilidad.
En esa mañana recibió la visita que temía más que todas las Parcas juntas: Publio Catussa Docilis, su amigo y protector. Se trataba del ecuestre con mayor prestigio en la región y el hombre fuerte de los últimos años de Ancona. Su aspecto era como cabía esperar en alguien de su posición y edad: venerable, calmado, con elegantes y gráciles movimientos. El rechoncho Nigilio Prudens intentó incorporarse levemente ante la presencia de éste.
-                No te muevas, estás convaleciente. – dijo posando la mano sobre su hombro y tomando asiento en una sella cercana. – ¿Cómo te encuentras?
-                Como un detrito, pero viviré. – contestó con dificultad.
-                Ayer organicé una partida armada de voluntarios para encontrar a los responsables.
-                ¿Cuántos?
-                Una quincena, jóvenes y bien pertrechados. Suficientes para aplastarlos y vengar las muertes. – informó el viejo ecuestre.
-                Es un consuelo, aunque dudo que los encuentren.
-                ¿Qué fue de los hombres que escoltabas? Tus esbirros supervivientes me han dado erráticas versiones.
-                Fue todo muy confuso, pero sé que lograron escapar porque yo mismo les indiqué el camino y les entregué mi gladius. – explicó Prudens con una ligera nota de pánico en su mirada.
-                Me alegro verte mejor. – se alzó tras asentir con la testa. – Volveré a visitarte en unos días, ahora te dejo descansar. Debes reponer fuerzas.
El venerable ecuestre caminó unos pasos con suavidad juntando sus manos. Nigilio Prudens resopló levemente, aliviado. Entonces se giró súbitamente Catussa Docilis al llegar a la puerta.
-                Se me olvidaba: esta mañana he recibido una misiva del Praefectus Classis de Ravenna, Lucio Balbo. Me ha informado que ha matado o capturado al grupo que los perseguía y que han llegado sanos y salvos. Decían la verdad, como pensaba.
-                Es una gran noticia. – le fue difícil ocultar que había tragado saliva antes de decirlo.
-                He contestado la misiva y mandado retirar la partida de castigo. – una pequeña pausa. – No sé qué ha pasado, pero tampoco quiero saberlo. No me gusta que se me trate como a un necio. Espero que sea la primera y la última vez.
Afirmó sumiso y el notable de la ciudad salió a paso ligero. Nigilio Prudens suspiró ahora con violencia, pero aliviado. La vida le había dado una lección y otra oportunidad. Nunca más.

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