Sistema postal romano

¿Qué sabes sobre el sistema de Correos de la Antigua Roma?


La gente ha precisado de mantener el contacto con otras personas cuando se encuentran lejos desde tiempos remotos. Desde hace más de 3000 años que existe la palabra escrita, las cartas han sido una forma de comunicación usada cada vez con mayor asiduidad. Pero no sería hasta el Imperio Romano, con el establecimiento de latín y el griego como lenguas oficiales, cuando se llegó a unas cuotas de empleo nunca vista antes. Tanto es así, que hay que sumar un alto grado de alfabetización con respecto a periodos anteriores y posteriores (algunos especialistas sostienen que al menos un 15 y un 20% sabía leer y escribir).

Del sistema postal se tiene constancia documental desde los tiempos de Princeps César Augusto que lo estableció sólo y exclusivamente para la correspondencia oficial del Estado. Sin embargo, no tardó demasiado en extenderse como un servicio para ciudadanos y no ciudadanos del Imperio dadas las necesidades crecientes de un ente en alza. Eso no significa que no se dieran la correspondencia anteriormente, sin embargo en el Alto Imperio es cuando se llevó a su máximo exponente. Al ser llevado por el gobierno, ganó en todos los aspectos: seguridad, eficacia, universalidad, velocidad… La red de calzadas que se estaban tejiendo a lo largo y ancho del Imperio ayudaron mucho en este menester. Obviamente a cambio de una cuota, ya que nunca ha sido gratuito.


Tenemos que diferenciar dos tipologías. La primera es la gubernamental, con correspondencia oficial de altos cargos (como los Legados provinciales, Procónsules, Ecuestres, etc.), del ejército, senadores o personal al servicio de Roma. Estos recurrían a un sistema de postas establecidos en las principales vías y rutas en la que, a intervalos, había cabalgaduras de recambio y ocasionalmente personal que se esforzaba para acelerar el trayecto y hacer llegar cuanto antes la documentación. Evidentemente, no todos los documentos precisaban de la misma urgencia y no siempre había monturas o personal de recambio suficiente. En cualquier caso, las evidencias indican que funcionaban razonablemente bien. La arqueología ha refrendado esto en varios puntos y parece ser que no fue hasta la época napoleónica cuando se igualó la eficacia de este sistema. La intendencia y logística siempre ha sido el punto fuerte de la civilización romana.

La segunda tipología era más lenta usando carretones de dos ruedas (quizás alguno de cuatro) que cargaban con todas las cartas y la transportaban por todas las rutas y senderos trazados. Por toda la documentación encontrada, parece que también funcionó con bastante seguridad, salvo accidente. Como no existía la dirección postal, se podía enviar a un punto de encuentro relevante en el pueblo indicando unas señas o persona relevante. No hay muchas referencias a que se hayan perdido las cartas por el camino y de requerir de volver a formular la carta. Aunque las hay. Y eso indica que, aunque no era perfecto, si era confiable para sus coetáneos ya que volvían a confiar en este sistema. A veces se prefería mandar las cartas con un viajero, pero eran raras ocasiones que esto se podía dar. De la evidencia que nos ha llegado hasta hoy, hemos encontrado de todo: desde documentos del fisco, hasta denuncias, cartas a familiares, cartas de amor o notificaciones. Las necesidades no han cambiado tanto en los siglos y el ser humano sigue siendo el mismo. El sistema fue empeorando y disminuyendo su eficacia a medida que el Imperio romano se iba descomponiendo y su crisis se hizo patente. Tardarían siglos, debido a la inestabilidad de las fronteras e intereses, en igualar el sistema de Roma.


Si quieres saber estos detalles y mucho más, hazte con tu ejemplar de «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


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