Microrrelato VII «voces anónimas de la Historia»

Más que un muro


¡Qué tierra tan extraña era aquella España! Se decía Thomas Floyd, un cultivado, curioso y maduro viajero inglés. Llevaba más de un mes recorriendo la diversidad del territorio nacional deleitándose con sus peculiaridades y costumbres. De Norte a Sur, empezando por la orgullosa Galicia y pasando por toda la cornisa cantábrica, bordeó los mágicos Pirineos y bajando por el suave y fértil levante hasta llegar al cálido Sur. Sin embargo, lo que más recordaría sería su estancia en Sevilla, precedente a la visita de la meseta por la ruta de plata. No tanto por su pasado monumental y encanto propio, sino por una anécdota que procedo a narrar.

Llevaba tres días de una actividad frenética para captar toda la esencia de la urbe con su ingenio llamado cámara fotográfica y su blog de notas donde apuntaba todos los detalles, informaciones y emociones que sentía. Agotador pero completo. A todas luces, a mediados del Siglo XIX, mostraba un pasado glorioso y un presente decadente. Sin embargo, se vivían tiempos moviditos en la capital, ya que regía el ayuntamiento el célebre Juan José García de Vinuesa quien pretendía una modernización y adaptación de la ciudad a los nuevos tiempos. Ello pasaba por el derribo de la obsoleta e «insalubre» muralla. Todo un símbolo. Dicha muralla, antaño romana, ampliada por los musulmanes y modificado por los cristianos, sería pronto un montón de cascotes. Igual que todas sus puertas. O casi. El inglés paseaba mirando las obras con un nudo en el estómago. Algo no estaba bien en lo que veía.

En cierto punto, casi al mediodía, cercano a la hermosa puerta de la carne, se sentó junto a un viejo de aspecto humilde que miraba fijamente las demoliciones. No apartaba la vista y se le notaba algo compungido. Aunque pretendía ocultarlo. El señor Floyd, que había mejorado notablemente su dominio del castellano mediante la práctica continua en ese viaje, no pudo evitar dirigirse al anciano. Su naturaleza curiosa había permitido superar su timidez.

- ¿No le gusta lo que ve?

- Ni lo que oigo, ni lo que huelo. – expresó con tristeza el local. Entendió que se refería al ruido infernal provocado por las herramientas empleadas para las demoliciones y el polvo en suspensión que se notaba flotando en el aire.

- Supongo que hay que abrir la ciudad al mundo. – añadió Thomas.

- Quizás fuese mejor que el mundo se abriese a nuestra ciudad.

La frase pilló de improviso al viajero que guardó silencio confuso. El anciano, adivinando la diatriba en la que se encontraba, sin apartar la mirada de la muralla en ningún momento, pero con una sonrisa triste explicó con mayor profundidad su sentencia.

- Por su acento, usted no es de aquí. Le explicaré entonces mi afirmación.

- Le ruego por favor.

- Es más que un muro, señor. Es nuestro pasado y nuestro presente. Ese muro contiene lo que más amamos los sevillanos: nuestra gente y lo que ha creado generación tras generación, hombre tras hombre y mujer tras mujer. Eso nos pertenece a todos. Estaba mucho antes de que ninguno nosotros, nuestros padres o los padres de nuestros padres estuvieran aquí. Es un símbolo, un contenedor que ha soportado guerras, epidemias, penurias, felicidad, lamentos y alegrías. Se ha impregnado de todas las emociones de sevillanos y viajeros que han pasado por ella. ¿Qué derecho hay a que se destruya en pos de los nuevos tiempos?

- Quizás sirva para descongestionar y sanificar la urbe. – intentó argumentar el señor Floyd.

- Seguro que había otra manera. Si para cimentar el futuro hay que destruir nuestro pasado, los cimientos jamás serán sólidos y estables. Uno nunca puede ni debe, olvidar de dónde viene. Las ciudades son como las personas. Tienen alma. Imagínese un hombre sin memoria. ¿Qué es? Un ser errante, sin construir, sin personalidad. Al final, acaba tomando cosas de otros y pierde su originalidad.

- ¿Y tan malo es tomar cosas de otros?

Se puso en pie estirándose sin remilgos. Obviamente llevaba mucho tiempo sentado y necesitaba ese simple gesto para relajar su quebrada espalda. Sin embargo, no dejó al inglés sin su educada respuesta.

- Ni mucho menos, señor. Es muy positivo aprender de otros pero no a costa de olvidar de dónde viene y quién es uno mismo. El aprendizaje viene de la suma, no de la resta.

Con esta frase, tomó su cayado, inclinó su cabeza en señal de educada despedida y el viejo ciego se fue palpando el inestable suelo con su bastón. Eso dejó meditabundo a Thomas Floyd. Un viejo invidente le había hecho comprender la importancia del asunto más allá de la estética o el valor histórico. Paradójicamente, alguien que no podía percibirlo en su esplendor llegó a la conclusión más profunda. No hablaba de la Gloria del pasado, como tantas veces se podría argumentar. No, hablaba del presente y de lo que puede representar algo tan baladí como una muralla. Pensamientos, oraciones, deseos, tribulaciones, llantos y cariño de miles de almas que pasaron por ahí. Todo impregnado en un muro. Personalidad, Historia e incluso futuro se podía desgranar de ahí.

Se resquebrajaba el muro y la tristeza de Thomas se convirtió en una losa. No paró de pensar en ello a lo largo del día. Tanto se sintió mal y las palabras del anciano calaron tan hondo que tuvo que volver a su albergue a intentar descansar. Ahora no quería, ni era capaz de ver cómo desmembraban a un organismo «vivo» de Sevilla. Parecía que casi había presenciado una ejecución en el patíbulo y estaba consternado.

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