Ingenios de guerra romanos

¿Sabías que… la Antigua Roma era la mejor creando ingenios de guerra?


Es archiconocido por todos que los romanos eran unos excelentes ingenieros, viéndose en la actualidad en decenas de países en sus obras civiles como las calzadas, los acueductos o las cloacas. Aunque también se aprecia en otros ámbitos, como los métodos y técnicas de extracción empleados en el mundo de la minería. Igualmente, en la guerra, alcanzaron las máximas cotas de excelencia no habiendo ningún enemigo coetáneo igual o superior en este ámbito. No habían sido pioneros, pues muchos de estos elementos fueron inventados y empleados por otras civilizaciones, pero con ellos alcanzó el grado de arte y rozaron la perfección (en comparación con el resto). Buena parte de la culpa se debía a la formación multidisciplinar de sus élites, una experiencia ganada con sudor en los siglos y un tesón que los convertía en los enemigos más «cansinos» a los que enfrentarse. Incluso hay referencias de simples legionarios especialistas que tenían una formación muy loable, requiriendo su experiencia y conocimientos en construcciones como puentes o fortificaciones.


Entre los elementos ofensivos a distinguir estaban las ballistae o carroballistae (fijas o con ruedas) que podía lanzar dardos, proyectiles variados e incendiarios. También se podían encontrar en las naves de la armada romana. En otras ocasiones, se fabricaban sobre la marcha según las necesidades y el tiempo disponible. Se sabe que habitualmente se usaban poco en batallas en campo abierto por la dificultad que entrañaba su transporte y montaje, siendo su uso habitual en asedios y puestos defensivos. Pero tampoco eran descartables en una batalla cerrada por su mayor alcance, potencia, capacidad para provocar bajas y factor psicológico en los rivales. Por contar un ejemplo terrible de estos último, en el asedio de Jerusalén, se cuenta que una piedra impactó contra una mujer embarazada y que el feto salió disparado del cuerpo muriendo ambos del brutal impacto. Probablemente sea una exageración pero es importante ver la capacidad de destrucción de estas armas en la época y el pavor que podían provocar. Cada unidad solía tener alguna de estas armas a su servicio (o varias) con especialistas en su manejo (aunque se solía instruir a todos los legionarios en su manipulación). Un incorrecto uso o una falta de mantenimiento adecuado de esta herramienta podía llevar a terribles accidentes. Las fuentes mencionan dichos accidentes como muertes desagradables y horribles. Usando la fuerza de torsión, podían llegar a centenares de metros con una precisión relativa (aunque tampoco se buscaba). Se usaban tendones animales, maderas y sogas. La arqueología experimental ha probado a realizar una con elementos más modernos, livianos y que sufriese menos desgaste por el uso. Curiosamente, el resultado ha sido de peor calidad en todos los aspectos.


En cuanto a sus estructuras defensivas, en la época Altoimperial se prefería la lucha en campo abierto, por lo que poco habían evolucionado desde la República siendo unas defensas basadas en un reto básico para evitar ser sorprendidos o disuadir un ataque fortuito. Los fosos en «V» con los «lirios» (estacas con puntas afiladas), simples torres con empalizadas o más reforzadas, fueron suficientes. Sería a partir del Siglo III d. C cuando el ejército romano cambió, al igual que sociedad y tácticas. Entonces se mejoraron los materiales de los baluartes y se proyectaron las torres hacia el exterior que pasaron a ser circulares en vez de cuadradas.


Donde más se percibía las cualidades del ejército romano y su superioridad era en los asaltos y asedios. No hubo mejor pueblo en el uso de las rampas y las torres de asedios para tomar ciudades o baluartes. También eran excelentes en el uso de la mina y contraminas para hacer caer murallas de las ciudades. Aunque ya he escrito un artículo de llamado «Tomar una fortaleza» así que no me repetiré. Si estás interesado, búscalo en mi página de Facebook (Jesús Andrades Fernández) o en mi blog.


Si quieres descubrir más curiosidades como esta, hazte con mis novelas «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


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