Tercer microrrelato de «Sevilla año 844»

Restitución
No había mayor aspiración para un hombre de bien que alcanzar la paz. Y aunque para ello, a veces eso requería de matanzas y tropelías, en otras ocasiones se podía evitar un derramamiento innecesario de sangre. Hakem era un talentoso cortesano que había destacado por su polifacético espíritu y su apacible carácter. Su talento para los números, la música, la poesía, la filosofía y un refinado sentido del humor le habían hecho popular a pesar de que su estirpe, si bien noble, se había convertido no hace mucho al Islam.
La guerra no era su fuerte, pero había sido llevado como mediador entre las huestes del emir Abd ar-Rahman II y su hajib[1] Isa Ibn Shuhayd y las de su rival del Norte Musa Ibn Musa Al-Qasi, miembro de la familia Banu Qasi[2]. Sólo una persona como él, podría mediar eficazmente evitando la discordia entre ambas partes. Y lo logró, habiendo un notable entendimiento. Es más, Musa destacó en el combate contra las bestias del norte que llamaban Majus, que significa «adoradores del fuego».
No fue un combate único, requiriendo de varias escaramuzas y otras acciones, entre las que se incluyó un ataque naval con fuego griego que destruyó decenas de sus embarcaciones. El combate definitivo se produjo en una zona cercana a Ishbiliya[3] llamada Talyata[4]. Hakem actuó como enlace pero no participó directamente en los combates. Todo le parecía caótico y confuso. Además, no era muy ducho manejando las armas. No le resultó difícil buscar una excusa para alejarse de la lucha. Además, ya tenía sus años y no había adquirido ni la más mínima experiencia. Ni tampoco lo deseaba. Le aterraba en grado sumo enfrentarse a cualquiera en combate singular. Más aún cuando todo había terminado y vio el aspecto terrible de aquellas gentes que habían venido de tan lejos.
Al menos un millar de enemigos murieron y los prisioneros se contaban por centenares. Algunos de sus líderes fueron ajusticiados allí mismo, en las palmeras de aquellos campos cercanos a la ciudad. Sin embargo, Hakem intervino con maestría para evitar más ajusticiamientos. No porque no lo merecieran, o por piedad o humanidad. Le explicó a los comandantes que la expedición de aquellos Majus se había disgregado. Habían castigado a una parte sí, pero otra estaba intacta. Venían de lejos. De muy lejos. Habían perdido su ardor combativo y habían visto la majestuosa fuerza del Emirato de Córdoba. El elemento sorpresa se había perdido. Era mejor la disuasión que las matanzas y no darles más motivos para regresar. Allanarles el camino de regreso, para no volver. ¿Qué daño podrían hacer ya enfrentándose al magnífico ejército del Emir? Sólo perderían más vidas de hermanos. Y esas gentes no merecían tal sacrificio.
El discurso de Hakem conmovió a más de uno y se decidió negociar con los restos de la expedición. Intercambiaron prisioneros, ropas y botín a cambio de comida y un trayecto seguro de vuelta. Si bien hicieron alguna tímida incursión en el Sur de la actual Portugal, la premisa del cortesano se hizo realidad: volvieron a sus hogares.
Abd ar-Rahman II tomaría serias medidas para evitar desastres así, incluyendo arsenales, astilleros, torres defensivas y mejoras en los sistemas de comunicaciones. Volverían a intentar atacar Al-Andalus en el 859 y en el 966 sin mucho éxito gracias a dichas medidas. El premio de la paz se logró para Hakem y sus paisanos. Por un tiempo al menos.


[1] Cargo político que se podría traducir como «chambelán».
[2] Esta familia de posibles orígenes hispanorromanos, regentaban un territorio semi-independiente en torno a su capital, la actual Zaragoza.
[3] Actual Sevilla.
[4] Actual Santiponce, las ruinas abandonadas de la vieja Itálica.

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