Cuarto microrrelato de «Sevilla año 844»

Un destino diferente
Todo había acabado como esperaba Leif, uno de los pocos de la expedición que estaba seguro de que sus actos tendrían nefastas consecuencias. Con cada incursión, con cada rapiña en aquel cálido y agradable territorio del Sur, se habían acercado más y más a la derrota final. Ellos venían del frío Norte, acostumbrados a una vida dura, donde hacerse un nombre era moderadamente fácil, pero donde asegurarse un suministro continuo de alimento era realmente difícil. Aquí, en esa tierra bañada por el Sol, las gentes sumaban a esa, otras preocupaciones más profundas. No porque fuesen mejores, ni más listos. Era el clima benigno, la mayor cantidad de recursos y posibilidades de movimiento les que habían permitido que, entorno al Mediterráneo, se crearan algunas de las civilizaciones más adelantadas de toda la humanidad. No podía ser casualidad. Y él era el único que había escuchado con detenimiento las vagas menciones que había hecho aquel mercader de esclavos cristiano de Frankia que había pasado fugazmente por la vieja Hispania.
Lo accidentado del viaje no desanimó a sus compañeros de armas. Algunos lo tildaron de pesimista ante la moral tan alta que profesaban, que no bajó ni ante las derrotas. Leif prefería denominarse cauto. Más aún cuando vio las estructuras, las armas y la determinación de las gentes de Al-Ándalus. Esa gente había tomado la potente herencia hispanorromana y le había sumado su fuerte componente oriental. Algo nuevo, avanzado, potente y, por ende, peligroso. El hombre del Norte sabía que contaban con la fuerza, lo inédito de su ataque y su entusiasmo. Pero son ventajas que tal como llegan, pueden irse.
Una parte de sí mismo, cuando vio como daban muerte a compañeros cegados por la vanidad y la violencia, como Gunnvor, sintió alivio. La gente así no entiende. Con personas como esas, no se puede progresar. Sólo saben destruir, quemar y arrasar con todo lo que ven, sin ser capaces de ver el potencial que rodea a ciudades como Ishbiliya[1] o Corduba. No sólo eso. Ver que el futuro pasa por aprender de ellos para mejorar y progresar.
Leif fue uno de los primeros en rendirse cuando entendió que resistirse sólo alargaría el inevitable final. No quería arrebatar ni una vida más. Ni que se la arrebataran. Estaba aterrorizado con la idea de lo que podían hacerles aquellas gentes de piel morena y dios extraño. Seguro que también tenían una habilidad especial para infringir dolor.
Cual fue su sorpresa cuando un tal Hakem les dio la oportunidad de quedarse. Una forma de repoblar la región por la salvaje incursión y honrar a Alá con mayores conversiones. En este caso forzosas. Pero no le importó a Leif. Abrazó sin duda aquella fe y la opción de poder disfrutar de un sol de verdad, vivir de una buena tierra, y no ver más la maldita nieve en su vida. Además, no había nada ni nadie que le esperase de vuelta.
Así Leif pasó a ser llamado Walid, siendo tutelado por una familia de una aldea cercana a Ishbiliya. Mientras tanto, se convirtió en pastor y comerciante de quesos, como otros paisanos suyos que también se quedaron. Dos años después, se desposó con una hermosa mujer de ojos de color miel intenso que le dio tres maravillosos hijos y tuvo una vida plena, sencilla y en paz. Hasta llegó a convertirse en un fiel devoto del islam en sus últimos días. La vida le había dado un giro de 180º, dándole lo que realmente necesitaba. No podía ni haber imaginado su destino cuando embarcó en Frankia para asaltar el Sur.


[1] Actual Sevilla.

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