Primer microrrelato de «Sevilla año 844»

Aventurero
¿Cómo era posible que el mundo fuese tan dispar en el gélido Norte y el ardiente Sur? Y no sólo se refería a su temperatura. Gunnvor había crecido en las heladas tierras de la futura Dinamarca y a sus escasos veintiocho años consideraba que había visto mundo. Había estado al Norte de Frankia unos años e incluso participó en alguna incursión menor en tierra de los Anglos. Sin embargo, su vida había dado un vuelco con la expedición que hablaba de ir hacia el Sur. Pensaba que esas tierras donde había pasado eran templadas y mucho mejores. Aún así quería ver más. Cuanto más bajaba, más le llamaba la atención lo que veía. La campaña en las tierras del rey que llamaban Ramiro I había comenzado bien, pero había terminado con serias pérdidas y menos provechosa de lo que había imaginado. La siguiente parada fue Al-Isbunah[1] donde no consiguieron romper definitivamente las defensas, pero donde Gunnvor se destacó por su arrojo.
Su viaje proseguiría por poblaciones en el Sur peninsular, como la vieja Gadir o Al-Yazirat Al-Hadra[2] donde habían tenido más éxitos sus razzias. Viendo el clima benigno, la productividad de la tierra y un sol que parecía calentar más de lo habitual, Gunnvor pensaba que valía la pena matar y morir por tomar todo lo que pudiesen de aquellas tierras bendecidas por los dioses. El nuevo objetivo se había resaltado: remontar el río que les llevaría a Ishbiliya[3], un preciado botín. Previamente habían saqueado y pasado a cuchillo a buena parte de la población de Qawra[4]  para evitar que se corriera la voz a la ciudad. Evidentemente, esta urbe no tenía la importancia de la capital, la monumental y destacada Corduba, pero también tenía menos población, mucho peores defensas y tenía un fácil acceso desde el mar remontando el río. En esta época, a Corduba también se podía llegar desde el mar, pero con mayor dificultad.
El hacha de Gunnvor estaba demandando sangre. Sangre de aquellas gentes morenas por su sol y de aspecto exótico. Contrastaba con su talla espigada y su cabello rojo eléctrico por el que era famoso, portándolo  muy largo y recogido en una gran trenza anudada sobre el cogote.
Desde su solitario drakar, que haría las veces de explorador, ya que el resto se asentaron en una isla cercana, avistó la ciudad, usando su mano como visera para taparse del astro rey que inundaba esa tierra. Las defensas parecían débiles y tras ellas se adivinaban algunos edificios de cierta entidad, destacando su torre alminar entre todos ellos. Sabía que habría resistencia, le disgustaría que no fuese así, pero caería. Y tras ella podría satisfacer la necesidad más básica que tenía últimamente: forzar a una de esas mujeres, tan distintas de las de su tierra.
Había oído antes de su viaje que había mujeres con una piel del color de la madera y capaces de dar placeres desconocidos para ellos. Había tenido un par de ocasiones para hacerlo desde que llegara a esas tierras, pero quería más. Necesitaba más. Incluso más que el oro, los manjares de la comida o las riquezas que robar. Más que la sangre y la gloria. No entendía a los hombres como su camarada Leif que buscaba asentarse y cultivar la tierra. Su visión pacifista y limitada era casi insultante. ¡Eran hombres! ¡Guerreros! ¡Dioses! Titanes que dominarían lo que se propusieran o cenarían en el Valhala.
Ya divisaban con total nitidez los detalles de Ishbiliya. La suerte les sonreía ya que no tenía muralla como tal. Además, no parecía que hubiesen muchos soldados para protegerla. El éxito estaba cerca. Notó que una erección se marcó en sus pantalones. Sangre y sexo. Sexo y sangre. ¡Eso era vida! ¡Que se quede las tierras Leif! Matar y fornicar. Fornicar y matar. No había nada en este mundo que mereciera más la pena.



[1] Actual Lisboa.
[2] Actual Algeciras.
[3] Actual Sevilla.
[4] Actual Coria del río.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Canon de belleza en Roma

Carreras de cuadrigas en el Imperio romano

Salud y sexo en la antigua Roma