Muerte y ritos en Roma

¿Qué sabes de los ritos funerarios de la Roma Imperial?

La muerte forma parte de la vida y todas las culturas han reflejado de un modo u otro su forma de despedirse de los suyos. La forma tiene variantes según la clase social, el lugar de procedencia e incluso ciertos cultos. Intentaré dar una óptica general. Para empezar, la inhumación y la cremación convivieron durante todo el Imperio, siendo más destacada la cremación hasta la llegada del cristianismo. El embalsamiento era poco dado, se relacionaba con prácticas egipcias, aunque hay ciertos casos. Cierto es, y la epigrafía y la historiografía lo confirman, que estaba terminantemente prohibido quemar o enterrar cuerpos dentro de los núcleos urbanos. Esto está corroborado en diversos puntos del vasto imperio y es obvio que se hacía por cuestiones de salubridad y peligrosidad.

La dualidad que caracteriza a Roma se vuelve a poner de manifiesto a la hora de afrontar la muerte: la sociedad romana creía que los cuerpos muertos eran insalubres (con razón), teniendo cierto reparo en el contacto con los mismos. La otra cara de la moneda era que, al mismo tiempo, se trataba de una sociedad emotiva que quería mostrar su cariño y respeto, queriendo despedir de los suyos. Por esto, se velaba el cuerpo varios días (hasta 8), entre otros motivos, para cerciorar la muerte, dejando algún lugar de ventilación (ventana o puerta) del hogar abierto para que el alma pudiese abandonar el cuerpo. Se posaba en el suelo, para relacionarlo con el nacimiento cuando la madre posaba al neonato y el padre lo recogía reconociéndolo como suyo.

Había numerosos ritos como el beso del familiar antes de cerrar los ojos, poner leche de una nodriza en la boca del fallecido, la moneda en la boca (o los ojos) para pagar a Caronte, la máscara mortuoria, las plañideras (pagadas ex profeso para ello)... No todos eran obligatorios o se aplicaban de igual manera, tal y como el traslado del cuerpo: el acompañamiento de los lares (dioses del hogar), el pregonero que anuncia los méritos de la persona, las trompas en el cortejo, plañideras, familiares... También podía hacerse en total silencio y recogimiento. En cualquier caso, se solía envolver el cuerpo en un sudario y trasladarlo con solemnidad hasta el lugar del enterramiento o cremación. Hay que recordar que en muchos casos, los romanos no tenían asignados un lugar como tal (necrópolis) para dejar el cuerpo de los suyos. Eso no significa que no se recuerden, pero se hacía en los hogares, no donde residía la materia. La memoria era lo importante, no los restos mortales.
Evidentemente los panegiricos, los elogios y los monumentos se utilizaban recurrentemente para honrar y que se recordara los méritos de un difunto. De forma más modesta había también estelas funerarias, donde se exaltaban las cualidades militares, los logros, valores o virtudes del fallecido. Es muy común que se hable con cariño en las estelas de la pareja, el familiar e incluso el esclavo o liberto.
La mortalidad infantil era alta, así que si fallecía en el parto o primeros días, se enterraba con sencillez y sin pompa. Muy doloroso para ser recordado. Pasada la cuarentena sí se honraba, ya que había recibido nombre y había tenido entidad en el núcleo familiar. En el caso de muerte conjunta con la madre, se solían enterrar juntos. Una muestra de amor.

Hay que recordar que el peor temor de un romano era morir en el mar, sin que sus pies toquen tierra, ya que había formas de honrar a un muerto, aunque no se hubiese enterrado apropiadamente. Por ejemplo, recogiendo los restos o sin hacerlo incluso, realizando un monumento y un ritual religioso. Sin embargo, en el mar, al no haber tenido sepultura, no es posible. Por eso, en caso de naufragio se ataban peso a las piernas para que tocaran fondo. Esta práctica duraría hasta el medievo.

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