Tercer microrrelato de «Gladius et Peplum»

Advertencia desoída

Siempre el último cliente era el que más quebraderos de cabeza solía dar. Todavía estaban en plena celebración de la Floralia, una festividad de origen plebeyo en honor a la diosa Flora y en la que se buscaba el placer. Además, la primavera hacía que la gente precisase de sus dones adivinatorios sobre el amor, el dinero y el futuro. Achlys se encontraba en Vindobona[1] y volvería a ponerse en camino en un par de días hacia el Este. El cliente, ataviado con sencillos ropajes de viaje, poseía un aspecto algo enfermizo, cadavérico, pero una abultada bolsa en el cingulum. Pero lo que más destacaba era su mirada sibilina y cargada de vanidad que casi asustaba.
-                He oído que sabes interpretar con maestría la voluntad de los dioses. – espetó sin ni siquiera tomar asiento. – Tienes reputación de decir la verdad, aunque no guste.
-                Soy un instrumento de los dioses, sólo lo que mis ojos y mis oídos pueden explicar, alejando mis deseos personales. – indicó Achlys casi susurrando mientras quemaba un suave incienso y mientras se volvía hacia él.
-                No tengo mucho tiempo, probemos suerte. – el hombre dejó en el cuenco dos ases y tomó asiento clavando la mirada sobre ella de forma inquisitorial. – ¿Cómo lo haremos?
-                Por tus prisas puedo leer tu destino a través de las manos o usando las runas. – explicó con pesada cadencia mientras acariciaba una estatuilla de la diosa Veritas.
-                Probemos con mis manos.
Achlys no solía recrearse demasiado como otros del gremio en un juego de gestos teatralizados. Para eso tenía la decoración de su canaba itinerante, los perfumes, inciensos y hiervas, además del juego estudiando de objetos y luces que buscaban provocar una receptividad a lo esotérico. Solía funcionar.
La mujer se deslizó hacia su asiento y con delicadeza comenzó a mirar las manos con detenimiento tras acercarse una lucerna hasta que el cliente notó el calor que profería. La augur, siguiendo una depurada técnica aprendida de maestra a discípula, no se precipitó en su juicio. Durante más de tres minutos, analizó cada pliegue, cada surco, cada arruga, cada minúscula marca que pudiese haber. Manos suaves. Esto lo delataba junto con su forma de hablar, gesticular y comportarse, de ser un esclavo de cierto nivel o un liberto. Al poco una serie de imágenes empezaron a surgir de la concentración de su vista, en especial del cruce de dos líneas de su mano izquierda.
-                Tu éxito siempre ha dependido de tu ingenio. – comenzó a decir la muchacha con frases cortas y un escueto silencio entre ellas. – Pero la Fortuna te es esquiva por no ir por el sendero correcto. Precaución, alguien poderoso te arrastrará en su caída. Tu futuro depende de una elección que harás pronto.
-                ¿Qué elección? – preguntó con interés el hombre.
-                La sabrás cuando llegue.
-                Déjate de acertijos. – posó otra moneda más en el cuenco.
-                Puedes tener paciencia y los dioses te otorgarán una vida plena, tranquila y con comodidades. O usar la oportunidad que se te brindará dentro de poco para poder alcanzar lo que más ansías desde que tienes memoria.
-                ¿Qué ocurrirá si tomo ese último camino?
-                Los signos están mezclados, no hay nada seguro.
-                ¿Nada? – volvió a posar otro as más en el recipiente.
Resopló mostrando la dificultad de la labor y escudriñó, con evidente esfuerzo, su mirada durante un par de minutos.
-                Veo que dos conejos te marcarán el camino y que debes cazarlos. Veo que te alzarás sobre los demás si persistes.
Posó otra moneda más, agradecido, al tiempo que un miles apareció por la puerta con celeridad.
-                Es hora de irse, Ásper.


[1] Vindobona: actual Viena, Austria.

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