Cristianismo y Roma

Cristianismo en el Alto Imperio romano


Ahora que se va acercando la Navidad, es un buen momento para hablar sobre Roma y su relación con esta fiesta de alguna manera. Empezaremos por la relación entre el Imperio y el germen de esta nueva religión. Me voy a ceñir al Alto Imperio, es decir hasta la dinastía de los Antoninos o los Severos (finales del siglo II principios del siglo III).


Aclaro como siempre, que no me voy a posicionar en ningún aspecto sobre las creencias religiosas o no. Sólo reportaré los hechos y conclusiones que se saben a través de las diversas fuentes durante lo que he estudiado en la Universidad.


En sus inicios, se le consideraba una secta del judaísmo. Como se ha hablado en otras ocasiones, la curiosidad inicial de los romanos hacia esta última religión, fue tornando progresivamente hacia un odio y un desprecio similares a la cristiandad de la Edad Media. Se debía principalmente a dos cuestiones: el desprecio hacia el panteísmo romano y su habitual búsqueda de sincretismo, que a ojos de Roma era considerado casi un ateísmo maligno, y por otra parte, un nacionalismo étnico inquebrantable que se hizo fuerte entorno a su religión. A eso hay que contar las diversas facciones, peleadas entre sí, que componían a los judíos: esenios, sicarios, zelotes, saduceos, fariseos… Para Roma, los seguidores de Cristo era una secta o una facción más. Al practicar su culto en lugares no oficiales y siendo una comunidad étnicamente de mayoría semita en su origen, su opinión estaba justificada. En un inicio no se les consideró demasiado peligrosa por el componente pobre de tantos de sus integrantes. Una religión de desarrapados, esclavos, pobres y parásitos de diversa índole. En definitiva, repudiados sociales. Casi despreciables pero inofensivos. Esto fue cambiando progresivamente y se fue haciendo una comunidad más variada y llegando a otros elementos de la sociedad. En el siglo II ya empezó a perder esa aura que la relacionaban con el hermetismo de la religión judía por su mayor apertura y composición social. Durante sus primeros tiempos, las principales comunidades estaban en el oriente romano: Egipto, Grecia, Cilicia, Siria, Fenicia… En el occidente, fueron llegando con mayor lentitud, salvo en la capital del Imperio entre otros motivos, por el menor contacto con las religiones mistéricas propias del oriente y su menor influjo. Plinio el joven habla ligeramente sobre ellos cuando fue gobernador en Grecia a comienzos del Siglo II. Y no fue el único gobernante que ha dejado constancia sobre ellos.


¿Hubo persecución en estos tiempos? Sí, algunos césares como Claudio, Nerón, Domiciano, Trajano o Marco Aurelio no veían con buenos ojos la secta de los seguidores de Cristo. En ocasiones fue un daño colateral por considerarse sectas del propio judaísmo y se pensó que sus integrantes promovían sus rebeliones contra el Imperio. Puede que se dieran ciertos casos, pero su resistencia hacia el poder central era limitada o de poca o ninguna trascendencia real. En general, dichas persecuciones fueron leves y no hubo demasiados derramamientos de sangre, si exceptuamos a Nerón que los utilizó como chivo expiatorio por el incendio de Roma (aunque fueron judíos y cristianos los ejecutados). Hay que tener en cuenta que eran comunidades en crecimiento, pero pequeñas, con poco poder económico y sin pretensiones «terroristas». Hay muchos casos de prisión preventiva y puesta en libertad al no encontrar verdaderos cargos contra ellos. A medida que su comunidad crecía, sobretodo desde el siglo III en adelante, empezaron a convertirse en un problema realmente y además, tuvieron mayor poder que les llevó a la corrupción inherente en el ser humano. Si bien en el siglo II ya empezaban a alcanzar cuotas interesantes de seguidores para considerarse una religión de pleno derecho, no fue hasta el siglo siguiente cuando empezaron a hacer ruido, coincidiendo con el declive progresivo del Imperio.


Estas curiosidades y muchas más, las encontrarás en mis libros «Gladius et Peplum. El baluarte fronterizo» y «La conspiración de los vanidosos. Gladius et Peplum».


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